Hojas de Otoño, guerreras rendidas al azote del viento, yacen exhaustas sobre el infierno de asfalto. Cubren con su manto el frío suelo, dándole una vida de alegres colores: amarillos, verdes, rojos.
Caminan apáticos los pies pesados de los transeúntes. Arrugas de experiencias, harapos de vivencias, años de azarosos vaivenes por la vida.
La tímida luz del sol asoma entre los ramajes del parque, regalando a la vista pícaros reflejos sobre el rocío que baña el césped.
Pensamientos anarquistas en las cabezas de la gente; ninguno quiere ser gobernado por otro, todos libres e inconexos, fluyen por las pocas de conversadores aguerridos. Falsos conceptos, parcos sonidos, que taladran los tímpanos al pasar.
Viento frío que penetra en las almas de las más firmes farolas, helando las cableadas entrañas de la ciudad. Luces que guían al hogar a los marineros errantes, navegantes de las rutas de bar y cafetería.
Periódicos viejos, con noticias del pasado y elucubraciones del futuro; papel mojado. Palabras condenadas al olvido del abandono, de la indiferencia y del caminar perdido de las mentes congeladas.