En la sala de interrogatorios de la Brigada de Patrimonio Histórico de la Policía Nacional, el inspector jefe Moreno, inclinado sobre la mesa de oficina, escrutaba mis gestos tratando de hallar en alguno de ellos el menor atisbo de duda.
– ¿Quiere usted decir, señorita Crespo, que por pura casualidad pasaba usted por allí de camino a casa de un amigo, y que casualmente llevaba puesta esa gabardina blanca que había cogido en el último momento de su hotel?
– En efecto señor inspector – mi mirada seguía buscando un aparente punto de referencia, dando a entender que no sabía por qué me encontraba allí ni de qué se me acusaba – ¿ha dicho contrabando de obras de arte?
El inspector jefe, rondando la ses-entena, seguía peleándose con el hecho de no haber encontrado ninguna prueba más, aparte de las circunstanciales, que me pusiera en conexión con el caso.
Mientras tanto yo, precavida y con la guardia en alto, contaba los minutos para que aquello terminase. Sabía de sobra que el inspector no iba a sacar nada en claro del interrogatorio, pero mi mente no dejaba de pensar en la sucia jugarreta que me había llevado hasta allí.
Hasta ese momento, esta es la historia de cómo Salvador Zabala, el Restaurador, se había cruzado en mi camino, o yo en el suyo.
“El Restaurador” es una novela que narra la historia de Salvador Zabala, un restaurador profesional y vocacional de arte religioso con una doble vida, y su relación con Alicia Crespo, una universitaria a punto de licenciarse, y a quien el Restaurador convencerá para unirse a él en un proyecto poco convencional…
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